Ana Pérez Cañamares es poética y
política, es yo y es cualquiera, es piloto de guerra, si ese piloto es Saint-Exupéry,
es conciencia y es campo de batalla (la conciencia como campo de batalla).
Ana Pérez Cañamares es yo y es cualquiera
porque es los desahuciados, los hacinados, la mendiga, es la infancia como
traza última de la inocencia de los culpables, es los animales que son yo, que
son cualquiera, la lentitud de sus pies al entrar al matadero, es cada
poema-bomba, cada razón que “hubiera bastado para hacer la revolución”, es la
revolución, la que mira a este país a los ojos, cara a cara, como cuando
follamos o cuando nos retamos.
Y es también el esplendor de junio, el
sol, el baile, el árbol, los perros, el mirlo y su clase magistral, la hamaca,
la respiración, el humo de los cigarros -sus señales-, una llamada para pedir
perdón, la curiosidad que se pregunta por el nombre de la flores que crecen en
su tumba, la risa de un bebé que celebra la sorpresa de estar vivo, es la
belleza de un libro que quema entre las manos, la que sueña con llegar a la
vejez para que la adopten las gallinas, la que es cómplice de una ardilla. Es
una sonrisa que es un mendrugo de pan. Es las gotas de miedo en la frente de
una madre, la belleza como una herida que desangra.
Y es la incertidumbre de no saber si el
pecado es hacer o no hacer, la huida o la rendición. Es el derecho y la condena
de los días que pesan como piedras en la espalda, la migrante interior, la que
milita y deserta, la que es precaria como toda conquista. La excepción en la
estructura, la ruptura de la armonía, un lugar entre la impotencia y el
heroísmo. Es los trenes que entran a las ciudades por la puerta trasera, entre
ruinas, cascotes, matorrales y niños que saludan a los desconocidos. Es la
pregunta: ¿regamos la fe o la arrancamos de cuajo? Es, dentro de sí, el
silencio de un pueblo evacuado, es el vacío, los rugidos de la guerra. Es los
muertos.
Pues estamos en guerra. Si hay muertos -el
poema nos advierte-, esto no es un teatro: cuando hay muertos, es guerra.
Ana Pérez Cañamares está en guerra, como
yo, como cualquiera, contra el Banco de Santander y la enajenación de la Abajo
Firmante, contra los púlpitos laicos, contra el capitalismo y contra la
economía, imbéciles, la economía, contra la burocracia y las pantallas. En
guerra contra los que odian lo que no se les parece, contra la afrenta que para
ellos constituye toda costumbre, toda raza, todo pensamiento extraño, contra
los pasos del matarife cuando entra al matadero, contra el jarabe malo que nos
hacen beber los ganadores. Contra los enemigos, suyos y de la ardilla, contra
las cadenas ingrávidas, los cargos y las cargas, los disfraces y los
eufemismos. En guerra contra los inventores de perreras, asesinos de ángeles. Contra
el sueño de los torturadores.
Ana Pérez Cañamares es la honestidad de saberse
parte del sistema y es la valentía de despojarse desnudando al tirano. La
honestidad de saber que nos boicoteamos mientras ellos maquinan, los enemigos
de la ardilla y del mirlo. Es la honestidad de reconocer nuestro cansancio,
nuestra ansiedad, nuestra responsabilidad de peces que fabrican anzuelos.
Ana Pérez Cañamares esgrime un lirio del
valle, un simple lápiz, las ondas sobre la piel del caballo, la blancura de las
manos sobre los teclados, para ordenar las heridas que producen los que arrasan
las verdes praderas, los que torturan en nombre de la ciencia, los que violan y
esclavizan. Ella es la que invierte en amor, la que nos devuelve la poesía, la
conciencia y la poesía de la conciencia. La que en esta guerra nos reparte las
armas cargadas y el futuro. Con ella dimitimos de la actualidad (hace muchos
días que dejamos de leer El País) y con ella nos interesamos solo por la
historia de la dignidad.
Tú no eres tú, Ana, no solo tú. Ahora
eres yo, eres cualquiera. Porque después de tus poemas, antes también, yo,
cualquiera, ya soy, somos, tú. Un ejército de mirlos. El partido de la
intimidad. Vidas desnudas, almas clandestinas. Todo relacionado con todo. Y la
poesía como un ángel fieramente humano, como un redoble de conciencia. Te
sorprenderá: soy la fe con la que ardes. Soy nosotras. Porque, como tú, blando
un amor que aún sería más grande si no temiera mirar al matarife y al cordero.
Porque me has recordado, mientras dura el asedio, que ganaremos esta guerra
perdida porque amamos a los perros mestizos y las palabras nos arrancan
orgasmos.
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